jueves, 6 de noviembre de 2008

Volver a Keynes: “vivir con lo nuestro”


Por Mario Rapoport (*)
La actual crisis de la economía mundial es, en gran medida, un resultado del fracaso del marco teórico predominante en el ámbito académico de los economistas desde los años ’70: el neoliberalismo, una variante actualizada de la ortodoxia neoclásica.
Su defensa de la libertad de los mercados como eje absoluto de la asignación de recursos a nivel nacional y del comercio internacional, su minimización del rol del Estado, su ataque a las políticas sociales, su prédica a la flexibilización laboral y su enfoque contrario a cualquier medida tendiente a regular las actividades económicas y financieras, entre muchas otras, contribuyeron desde la teoría económica a desencadenar la actual situación. Pero hizo entrar nuevamente en vigencia un nombre relegado hace tiempo en los estudios de economía de nuestras universidades: el del inglés John Maynard Keynes (1883-1946), cuyos análisis y propuestas siguen siendo en gran parte válidos a pesar de las transformaciones del capitalismo actual. Keynes no fue simplemente un economista tecnócrata, al estilo de muchos premios Nobel de nuestra época. Fue un intelectual que perteneció a un activo núcleo de escritores y artistas del Londres de la “gloriosa” época imperial, el grupo Bloomsbury, en el cual se destacaba la escritora Virginia Woolf. Un retrato de su juventud, escrito por otro economista, y también su profesor, Adolph Pigou, en 1904, revela la amplitud de sus inquietudes intelectuales: “Las paredes de sus habitaciones reflejaban intereses diversos; un retrato de Ibsen indicativo de su afición al teatro; Erasmo como representación del protestantismo; el carnet del Club Liberal como emblema político, el menú de la cena como referencia gastronómica y un documento con caligrafía gótica que comienza con un chiste. Todo esto es verdad (…) pero no nos aclara el enigma de Mr. Keynes”.
Movimiento keynesiano
Las ideas keynesianas ocuparon un lugar predominante en las políticas económicas de los países industrializados en el tercer cuarto del siglo XX y su impacto tuvo que ver con la profunda crisis mundial que se desata en 1929, la peor que sufrió, hasta la que atravesamos actualmente, el capitalismo en su historia. El crac de 1929 originó una fuerte caída del nivel de actividad, subutilización de la capacidad productiva, altos niveles de desempleo, deflación, caídas de salarios y fuerte contracción del comercio mundial, derrumbando el sistema multilateral de comercio y pagos.
La crisis fue duradera y afectó a todos los países. En el período 1929-1938 la contracción industrial fue de un 44,7 % en Estados Unidos, y la desocupación subió del 3% en 1929 al 25% en 1933. Ante tan dramática situación se implementaron medidas de intervención con un sesgo nacionalista e intervencionista. El ejemplo más recordado es el New Deal, el programa económico implementado en 1933 por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, en el cual el Estado cumplió un rol fundamental para la reorganización de la vida económica y social. La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicada por Keynes en 1936, constituyó, de algún modo, la justificación teórica de esas políticas.
Derrumbe del mito
Hasta aquel momento el pensamiento económico predominante sostenía también que eran las fuerzas del mercado las que aseguraban el equilibrio y la plena ocupación de los factores productivos, y que la intervención estatal no ocasionaba más que perturbaciones a la armonía garantizada por las fuerzas invisibles reguladoras de la vida económica. Sin embargo, el muro de los hechos reales estaba a muchos pasos por delante y la “gran depresión” fue imposible de evadir y aun menos de ser explicada. Ni la crisis ni los altos niveles de desocupación podían ser concebidos dentro del pensamiento clásico. La Ley de Say, su pilar fundamental, negaba cualquier posibilidad de llegar a una situación parecida al postular que “toda oferta crea su propia demanda”.
Pero ante la gravedad de los acontecimientos, elementos esenciales de la economía clásica se derrumbaron y las recomendaciones de Keynes cobraron una importancia decisiva en los claustros académicos y en los ámbitos gubernamentales de diferentes países.
Diagnóstico
En su Teoría general escribe. “Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y de los ingresos”. Según Keynes, el problema del capitalismo era que el mercado no podía asegurar la demanda necesaria, generando desocupación y marginalidad, situación que “el mundo no tolerará por mucho tiempo” Y ante tal diagnóstico era el Estado el encargado de lograr el pleno empleo: incrementando el gasto, manteniendo bajas tasas de interés para alentar la inversión, reformando el sistema fiscal, mejorando la distribución del ingreso y regulando el comercio exterior.
Reconocimiento
Sin embargo, entre sus numerosos escritos existe un texto anterior, poco conocido, que puede servir de pauta para nuestras propias políticas económicas y que se titulaba: La autosuficiencia nacional, escrito en 1933 y publicado en la Yale Review, en plena crisis. Allí afirmaba: “Como la mayoría de los ingleses, he sido educado en el respeto del libre cambio”. Pero “mis esperanzas, mis preocupaciones y mis temores han cambiado”, en forma similar a lo que le ocurría a la mayor parte de su generación en el mundo entero. Ahora no estaba “persuadido de que los beneficios económicos de la división internacional del trabajo sean comparables a lo que fueron”, aunque un nivel elevado de especialización internacional continuaba siendo necesario en un mundo racional. Sin embargo, para una gama de más en más extendida de productos industriales, e incluso agrícolas, Keynes no creía que las pérdidas económicas debidas a la autosuficiencia “sean superiores a las ventajas” que pueden obtenerse en el marco de una misma organización económica y financiera nacional. Y enfatizaba: “Produzcamos en nuestro país cada vez que sea razonable y prácticamente posible, y sobre todo, hagamos lo necesario para que las finanzas sean nacionales”.
Vivir con lo nuestro
En su opinión, el capitalismo internacional no había sido un éxito. Pero cuando se preguntaba a sí mismo cómo reemplazarlo, no tenía una respuesta fácil. Para él resultaba imprescindible, y la crisis lo demostraba, no estar a merced de fuerzas mundiales esforzándose de instaurar un equilibrio general conforme a los principios del laissez-faire, o a los informes financieros que provenían de “la opinión de Wall Street”. Por eso, consideraba necesario en esa etapa de transición una mayor autosuficiencia nacional. Crítico de la experiencia rusa, reconocía que cuando un país se encaminaba hacia esa autosuficiencia se requería encarar una planificación de la economía interna, pero en forma progresiva, no brutal. Era un “vivir con lo nuestro” a la británica.Consciente de las limitaciones que aún existían y que revelaría en su Teoría general, Keynes decía: “Tenemos que descubrir una nueva sabiduría para una nueva época. (…) En el campo económico esto significa, ante todo, que debemos encontrar nuevas políticas y nuevos instrumentos para adaptar y controlar el funcionamiento de las fuerzas económicas”.
(*) Economista e historiador; Investigador superior del Conicet

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