sábado, 21 de noviembre de 2009

Manifiesto contra el desempleo


Por José Saramago, Premio Nobel de Literatura

Esta columna fue escrita por el premio Nobel de Literatura, José Saramago, para apoyar la creación de un movimiento social contra el desempleo en Europa. Se la pidieron al Nobel, sus organizadores, quienes preparan manifestaciones de protesta por el desempleo en todos los países europeos.
Se trata de un movimiento ciudadano emergente en el viejo continente, que “quiere despertar a la sociedad civil para acabar con la pandemia del paro (desempleo)”. Preparan una movilización general para el próximo 12 de diciembre a las 12:00 a la que están llamados “todos los agentes sociales, políticos, sindicales, profesionales, intelectuales, trabajadores todos para secundar esta iniciativa.” Su texto es el que sigue a continuación:

La gravísima crisis económica y financiera que está convulsionando el mundo nos trae la angustiosa sensación de que hemos llegado al final de una época sin que se consiga vislumbrar qué y cómo será lo que venga a continuación.
¿Qué hacemos nosotros, que presenciamos, impotentes, al avance aplastante de los grandes potentados económicos y financieros, locos por conquistar más y más dinero, más y más poder, con todos los medios legales o ilegales a su alcance, limpios o sucios, normalizados o criminales? ¿Podemos dejar la salida de la crisis en manos de los expertos? ¿No son ellos precisamente, los banqueros, los políticos de máximo nivel mundial, los directivos de las grandes multinacionales, los especuladores, con la complicidad de los medios de comunicación social, los que, con la soberbia de quien se considera poseedor de la última sabiduría, nos mandaban callar cuando, en los últimos treinta años, tímidamente protestábamos, diciendo que nosotros no sabíamos nada, y por eso nos ridiculizaba?
Era el tiempo del imperio absoluto del Mercado, esa entidad presuntamente auto- reformable y auto-regulable encargada por el inmutable destino de preparar y defender para siempre jamás nuestra felicidad personal y colectiva, aunque la realidad se encargase de desmentirlo cada hora que pasaba. ¿Y ahora, cuando cada día aumenta el número de desempleados? ¿Se van a acabar por fin los paraísos fiscales y las cuentas numeradas? ¿Será implacablemente investigado el origen de gigantescos depósitos bancarios, de ingenierías financieras claramente delictivas, de inversiones opacas que, en muchos casos, no son nada más que masivos lavados de dinero negro, del narcotráfico y otras actividades canallas?
¿Y los expedientes de crisis, hábilmente preparados para beneficio de los consejos de administración y en contra de los trabajadores? ¿Quién resuelve el problema de los desempleados, millones de víctimas de la llamada crisis, que por la avaricia, la maldad o la estupidez de los poderosos van a seguir desempleados, malviviendo temporalmente de míseros subsidios del Estado, mientras los grandes ejecutivos y administradores de empresas deliberadamente conducidas a la quiebra gozan de cantidades millonarias cubiertas por contratos blindados?
Decir “No al paro” es frenar el genocidio lento pero implacable al que el sistema condena a millones de personas. Sabemos que podemos salir de esta crisis, sabemos que no pedimos la luna. Y sabemos que tenemos voz para usarla. Frente a la soberbia del sistema, invoquemos nuestro derecho a la crítica y nuestra protesta. Ellos no lo saben todo. Se han equivocado. Nos han engañado. No toleremos ser sus víctimas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Monopolios: qué pensaban Prebisch, Cooke y Roosevelt


Por Mario Rapoport


La reciente discusión sobre la ley de medios pone en el tapete nuevamente el problema de los monopolios y liga inevitablemente a dos personajes bien disímiles que en la Argentina combatieron prácticas monopólicas, aunque en distintas épocas y circunstancias: Raúl Prebisch y John William Cooke.
Las ideas de ambos remiten a su vez de manera indefectible a la experiencia norteamericana, porque si
Marx tomó su modelo teórico sobre el sistema capitalista competitivo del estudio de la Gran Bretaña del siglo XIX; siguiendo el mismo método, un modelo teórico del capitalismo monopolista debe basarse en el estudio de los Estados Unidos, el país que refleja en mayor medida este nuevo tipo de desarrollo de la economía moderna.
Pero empecemos por Prebisch. Su más famoso trabajo en este sentido lo hizo a pedido de la Sociedad Rural Argentina y se denominó “El pool de los frigoríficos”.
Necesidad de la intervención del Estado. Es lo que deseaba la SRA en 1927 para que el sector ganadero pudiera hacer frente al control de los precios que tenían en el mercado de la carne los frigoríficos xtranjeros, sobre todo norteamericanos, con el pretexto de que de esa manera se contribuía a estabilizar los mercados. Por el contrario, afirmaba Prebisch, “al combinarse en un pool los frigoríficos quedan en una situación de monopolio”.
Pueden así imponer precios bajos a los productores restringiendo, al mismo tiempo, las exportaciones de chilled al mercado británico para conseguir cotizaciones más altas en desmedro de los consumidores.
Este procedimiento sobre los precios, además de dar la posibilidad a esas empresas de obtener “el beneficio máximo, como en las consabidas prácticas del monopolio”, ocasiona pérdidas en la renta del suelo “que la economía nacional deriva de la producción de ganados”. Disolver el pool era entonces una tarea que correspondía al Estado nacional para beneficio de los productores nativos.
El joven Cooke
El caso de Cooke es diferente. No era asesor de una institución
corporativa sino el diputado nacional más joven del nuevo Parlamento que acompañó la llegada de Perón al gobierno en 1946. En ese marco presentó un proyecto (el primero en el país) de represión de monopolios, que dio lugar a la ley 12.906 del 26 de septiembre de aquel año, y representó el hecho más resonante de su actividad parlamentaria.
En su defensa del proyecto, Cooke hace gala de una gran erudición. En primer lugar, un conocimiento histórico del problema situando correctamente el momento en que las grandes corporaciones monopólicas u oligopólicas comienzan a predominar en el sistema capitalista en la segunda mitad del siglo XIX como resultado del impulso de la Segunda Revolución Industrial y de los efectos de la llamada primera Gran Depresión, que se extiende de 1873 a 1896. Es la etapa en que el capital monopolista sustituye al de libre competencia y se transforma, según algunos, en imperialismo.

Prácticas monopólicas

En cuanto al análisis teórico, un afinado empleo de los pensadores principales sobre la cuestión, comenzando por los marxistas: el mismo Marx, Lenin, Hilferding, y siguiendo por expertos o personalidades norteamericanas y europeas vinculadas con el tema, le
permiten a Cooke explayarse sobre la naturaleza y características
de los monopolios. Su discurso pone al desnudo todos los falsos argumentos que se emplean para defender al monopolio así como sus efectos negativos sobre la vida económica: los precios son más
altos, los salarios más bajos, las ganancias excesivas, las prácticas
desleales, el progreso tecnológico sólo un mito porque los monopolios no renuevan sus equipos sino cuando éstos terminan su vida útil. En fin, dan también lugar a la imposición o presión forzada sobre terceros por medio de la violencia, el boicot y el dumping, y pueden tomar la decisión de disminuir la producción para mantener la tasa de ganancia.

El rol del Estado
Por otra parte, Cooke reivindica el rol del Estado como un actor determinante en la vida económica y advierte que cuando alguien plantea que alguna forma de producción o explotación de servicios requiere el monopolio, entonces es el momento en que deben
ser nacionalizados. Con una apropiada cita de Alejandro Bunge, señala el problema de la dependencia externa y extiende la cuestión de las prácticas monopólicas a las relaciones económicas internacionales
del país, que ponen en riesgo incluso su propia soberanía.
Cooke introduce el ejemplo norteamericano citando una frase lapidaria del presidente Roosevelt: “si los negocios de la nación deben ser distribuidos por un plan y no por un juego de libre competencia, dicho poder no puede ser conferido a ningún grupo o cartel privado”.

El Roosevelt antitrust
También recurre al new deal (nuevo modelo) tomando como referencia a Thurman Arnold, a cargo de la división antitrust del Departamento de
Justicia de la administración Roosevelt entre 1938 y 1943.
Arnold sostenía que si la mayor ganancia que obtienen los monopolistas no se traduce en rebajas de precios para el consumidor,
el Estado debe reprimirlas, de lo contrario significa “un impuesto de venta secreto.
Lo paga el consumidor y beneficia al capitalismo”. La división Antitrust se transformaba así en un defensor de justos precios para los consumidores, como lo reconoció en su época la revista Fortune.
Cooke, en 1951, en una destacada intervención parlamentaria sobre los medios como empresas monopólicas dijo: “Las empresas periodísticas como las encontramos hoy, están en un mundo de trusts, de cartels, de holdings, de toda forma de integración monopolista”.
La respuesta sobre lo que tienen en común Prebisch, Cooke, Roosevelt y los economistas heterodoxos norteamericanos parece obvia: sus críticas a las prácticas monopólicas.
Sea que quienes las hacen estén defendiendo intereses de los ganaderos, de los consumidores o de la sociedad en su conjunto.

(*) Economista e historiador.Investigador superior del Conicet