La columna de Alternativa Social encabezada por Alejandro Biondini (centro), marchó al Obelisco y Plaza de Mayo el 8 de noviembre junto a los sectores altos y medios altos porteños |
Por Carlos Raimundi, diputado nacional por Nuevo Encuentro
LA DERECHA IDEOLÓGICA Y OLIGÁRQUICA. Ese sujeto lábil, escurridizo, de
fronteras difusas, que da lugar al espacio ideológico cotidiano de "la
derecha" o de "las ideas de derecha", o de "el pensamiento
de la derecha" –a que se refiere Ricardo Forster en su trabajo "La
derecha y su metamorfosis"– no se dedica a "construir
ideología", esto es, a delinear un conjunto de valores y creencias que
moldeen una visión a largo plazo del mundo y de la sociedad. No destinan a ello
demasiado tiempo. Es más, hasta podría decirse que muchos de sus integrantes
deben pensar para sí, o darlo por supuesto en todo caso, que no les hace falta
"perder tiempo" en eso. No porque no necesiten una ideología para
vivir, sino porque se encuentran con que esa "ideología" que
necesitan para vivir, está predeterminada, premoldeada, por todo ese despliegue
previo de sentido que el poder construye astutamente, con el fin de
justificarse, sostenerse, consolidarse y auto-reproducirse.
La derecha no se aboca a esa construcción de sentido a través de la
política, sino de otros canales de poder, que están dados por su posibilidad
–muchas veces de origen económico– para incidir en el curso de las cosas, en el
modo de interpretar ese devenir. Posibilidad o poder que proviene, entre otros
caminos, de aquellos medios de comunicación surgidos al amparo de los intereses
empresarios y corporativos dominantes, o de las instituciones del sistema
educativo privado ligado a las más altas élites, de la cúpula de la Iglesia
Católica. En definitiva, a través de lo que Antonio Gramsci llama "los
aparatos ideológicos de las clases dominantes". Aquellos que, en la
mayoría de los procesos históricos latinoamericanos (y en una suerte de
"internacional" del poder), la derecha ha manejado desde el dominio o
bien la cooptación del Estado, con excepción de los cortos interregnos de flujo
popular. Procesos estos, a los que la derecha supo, también, cooptar o
destituir, en la medida que viera lesionados sus intereses con alguna seriedad.
LAS VERDADERAS CAUSAS DE SU IRRITACIÓN. Esta derecha nunca
temió demasiado a las conquistas parciales del campo popular. Es más, fueron
estas conquistas parciales las que le posibilitaron justificar su
"tolerancia" democrática. A lo que esta derecha teme es a la disputa
de los paradigmas ordenadores de las relaciones de poder. Y a eso se debe su
reacción destemplada frente a este presente de Sudamérica. No es que les tema
tanto a los miles de médicos cubanos que prestigian los flamantes centros de
salud en medio de las comunidades indígenas de Bolivia. Lo que no están
dispuestos a tolerar es que esos indígenas que fueron sometidos durante siglos,
estén hoy día tan saludables como para sostener en el tiempo la profundización
de un proceso revolucionario democrático encarnado en "uno de ellos"
como lo es Evo Morales, y ocupándose, ellos mismos, de las cuestiones del
Estado. No le temen tanto a un aumento de salarios, como a la autonomía del
Estado para tomar decisiones económicas. No se molestan tanto con que los graffitis
afeen el paredón de una de sus mansiones, sino que estallan de indignación,
hasta llegar al paroxismo, cuando comprueban el desarrollo de nuevas
estructuras políticas populares capaces de inundar las calles y sostener con
solidez el debate público desde una mirada alternativa. En definitiva, su grado
de indignación es directamente proporcional a la profundidad de los intereses y
las cuotas de poder que sea capaz de afectar un proyecto popular.
Voceros
De aquí, que sus voceros de clase como Beatriz Sarlo, Magalena Ruiz Guiñazú o el diario La Nación, elogiaran los "buenos modales" de la última campaña presidencial de Chile. ¿Qué nivel de conflicto profundo podía acarrear una campaña en la que sus intervinientes no se proponían alterar ninguno de los pilares fundamentales del status quo?
De aquí, que sus voceros de clase como Beatriz Sarlo, Magalena Ruiz Guiñazú o el diario La Nación, elogiaran los "buenos modales" de la última campaña presidencial de Chile. ¿Qué nivel de conflicto profundo podía acarrear una campaña en la que sus intervinientes no se proponían alterar ninguno de los pilares fundamentales del status quo?
En la Argentina, el poder estaba acostumbrado a que una amenaza de
corrida de depósitos armada por el poder financiero lograba torcerles el brazo
a los sucesivos gobiernos. En cambio, la presencia de una presidenta que no se
amedrenta los mueve de ese lugar hegemónico, y, por lo tanto, los encoleriza de
manera reveladora.
Independencia
La disputa por la orientación de la autoridad monetaria que ejerce el Banco Central, la directiva de destinar fondos para asistir a las pymes o para la inversión financiera, la obligación de liquidar divisas en el país, son medidas conducentes a establecer, progresivamente, regulaciones al mundo financiero a las que este no se muestra dispuesto a disciplinarse. Y lo mismo podría decirse con la negativa a devaluar la moneda nacional, y con las restricciones a la liberalidad absoluta que reinó durante décadas respecto de las transacciones con moneda extranjera. Desde luego que, si esperaban recibir siete pesos (en realidad no son siete, sino lo que "ellos" fijaran luego de ganar la disputa) por cada dólar proveniente de las exportaciones de soja y el Estado sólo está dispuesto a reconocerles menos de cinco, estamos ante una derrota en el pleito por ese excedente económico que los grupos concentrados no están dispuestos a aceptar en silencio.
Inentendible sería si ocurriera lo contrario.
Reacciones
¿Cómo no van a reaccionar los grandes estudios de abogados y contadores, que, primero, arreglaron el endeudamiento usurario del país, y una vez que se hizo imposible su pago, se enriquecieron litigando contra el Estado nacional en nombre de los acreedores? ¿Cómo no van a reaccionar –decía– si hoy el Estado, por la vía del desendeudamiento, ha logrado sortear las condiciones extorsivas que le imponían los organismos internacionales de crédito, de los que ellos cobraban ingentes comisiones? ¿Cómo no va a reaccionar el mayor oligopolio mediático de habla hispana ante un modelo nuevo de país, que, no sólo lo desplaza del ficticio pedestal de la imparcialidad informativa, sino que, al obligarlo a transferir la mayor parte de sus licencias, afecta seriamente la cotización de sus acciones en las plazas financieras del exterior? Por último, ¿podemos desligar el clima de agresividad que invade a una parte considerable de nuestra sociedad, de aquellas grandes líneas de interpretación real y simbólica de los hechos, que estos factores de poder han desplegado históricamente para sostener sus intereses?
Independencia
La disputa por la orientación de la autoridad monetaria que ejerce el Banco Central, la directiva de destinar fondos para asistir a las pymes o para la inversión financiera, la obligación de liquidar divisas en el país, son medidas conducentes a establecer, progresivamente, regulaciones al mundo financiero a las que este no se muestra dispuesto a disciplinarse. Y lo mismo podría decirse con la negativa a devaluar la moneda nacional, y con las restricciones a la liberalidad absoluta que reinó durante décadas respecto de las transacciones con moneda extranjera. Desde luego que, si esperaban recibir siete pesos (en realidad no son siete, sino lo que "ellos" fijaran luego de ganar la disputa) por cada dólar proveniente de las exportaciones de soja y el Estado sólo está dispuesto a reconocerles menos de cinco, estamos ante una derrota en el pleito por ese excedente económico que los grupos concentrados no están dispuestos a aceptar en silencio.
Inentendible sería si ocurriera lo contrario.
Reacciones
¿Cómo no van a reaccionar los grandes estudios de abogados y contadores, que, primero, arreglaron el endeudamiento usurario del país, y una vez que se hizo imposible su pago, se enriquecieron litigando contra el Estado nacional en nombre de los acreedores? ¿Cómo no van a reaccionar –decía– si hoy el Estado, por la vía del desendeudamiento, ha logrado sortear las condiciones extorsivas que le imponían los organismos internacionales de crédito, de los que ellos cobraban ingentes comisiones? ¿Cómo no va a reaccionar el mayor oligopolio mediático de habla hispana ante un modelo nuevo de país, que, no sólo lo desplaza del ficticio pedestal de la imparcialidad informativa, sino que, al obligarlo a transferir la mayor parte de sus licencias, afecta seriamente la cotización de sus acciones en las plazas financieras del exterior? Por último, ¿podemos desligar el clima de agresividad que invade a una parte considerable de nuestra sociedad, de aquellas grandes líneas de interpretación real y simbólica de los hechos, que estos factores de poder han desplegado históricamente para sostener sus intereses?
No hay comentarios:
Publicar un comentario