Debería haber un reconocimiento
recíproco, al menos sobre cierta evaluación informativa puntual, entre quienes
abrevan en la defensa de este gobierno y aquellos que se le oponen.
Si el top ten noticioso pasa porque
Macri quiere a Buenos Aires como la capital mundial del amor, por el uso de la
cadena nacional en el día más deprimente de la semana y en el horario en que
“la gente” quiere o sólo querría despejarse con novelas, culos, tetas y peleas
guionadas, por lo que la propia oposición mediática definió como “sainete de
pago chico”, a propósito del enfrentamiento entre Casa Rosada y la gobernación
de Santa Cruz, o por las dificultades cambiario-impositivas de viajeros al
exterior, significa francamente que en política no pasa nada de nada. O que lo
que pasa es nada más que una suma de chicanas entre los unos y los otros.
La propuesta de esta
columna, tomados esos hechos específicos, es que ni tanto ni tan poco; aunque
el cierre vaya a ser que, antes que poco, más bien es tanto. En orden
aleatorio, si toda
Espíritu
relajado contra confrontación permanente hasta el punto de que Macri, que no
puede coordinar dos oraciones seguidas, se le anima a una disertación sobre el
amor ecuménico. Hay gente que compra esa tontería con una ingenuidad asustante.
Cotidianeidad mediática
Oscar Graizer, docente e
investigador en Sociología de la
Educación , lo plasmó en una nota periodística con sencillez
indesmentible (en Página/12, el lunes pasado): “La censura de material sobre el
Bicentenario producido por especialistas del propio Ministerio de Educación de la Ciudad , por ser gramscianos
(léase zurdos) y por no tomar como válida la tradición liberal de la historia, no
es política. La aparición de un funcionario de la Ciudad en un spot
publicitario, que se puede ver en la red de subterráneos, promocionando la
entrega de netbooks a estudiantes de nivel primario con niños felices con sus
netbooks y con un sonriente funcionario, eso es publicidad de actos de gestión.
No es política”.
O sea, no jodamos. Ni con eso ni con
creerse que ese cinismo macrista tiene su anverso en la pretensión presidencial
de usar “inocentemente” el sistema obligatorio de difusión. Esperar a que
termine el fútbol y largar cadena nacional a las diez y media de la noche, sin
ningún anuncio de trascendencia institucional, un lunes, parece pautado por el
enemigo para que al otro día tengan de qué agarrarse los amplificadores del
desánimo que el oficialismo denuncia.
Si no es así, daría para pensar que,
en realidad, Cristina lo hace a propósito para divertirse con la neurastenia de
sus contreras. Como era obvio, ese lunes salió a cacerolear el conchetaje de
Belgrano y Barrio Norte en defensa de su derecho de ver a Tinelli o Graduados.
Y la frase de que sólo debe temerse a Dios y a ella un poquito fue la comidilla
mediática de los días siguientes. Listo, con eso se arman tapas, programas
periodísticos y colifas de portales y redes sociales apuntando a que estamos al
borde de ser Venezuela, Irán o Corea del Norte. Esta columna ya comentó que el
deporte de los últimos tiempos es valerse de oraciones presidenciales para
trazar, desde ahí, el centro del universo. ¿Alguien podría decir, con recato
intelectual, que esa superficialidad periodística no habla del raquitismo
mediáticoopositor?
Efectivismo
Cristina y Macri, trabajan el
efectismo de la política como todos; cada uno a su manera, más allá de las
diferencias abismales de capacidad retórica y experiencia de gestión.
Cristina usa la cadena nacional a
piacere; Macri vende que el amor espiritual es trascendente en la ciudad de la
furia; Clarín promociona en título de portada que Chantar respira bárbaro y La Nación , siempre la vaca
sagrada de una oligarquía venida a menos porque ya no cuenta con partido
militar que le satisfaga sus intereses, divaga sobre cuestiones
constitucionalistas por vía de, es cierto, (mucho) mejores plumas que la tropa
de Magnetto.
Todos, oficialismo y oposición,
juegan al debate o señalamiento de quiénes son más “republicanos”. Mentira.
Esto es una batalla política entre quienes defienden unos intereses y quienes
defienden otros, con la salvedad de que si esa antinomia –natural y saludable–
queda atravesada por prejuicios gorilas o arrebatos de soberbia populista todo
se empioja. Basta de jugar a ese republicanismo vacuo.
El Gobierno puede tener lo suyo en
materia de actitudes autoritarias, cómo no. Pero que vengan a correrlo con eso
los emblemas de la derecha es patéticamente gracioso, y que lo haga Macri es
directamente inverosímil. Este jueguito de hacer “como que” ya no resiste, o no
debería. Es todo un dato, al respecto, que una discusión entre panelistas de 6,
7, 8 fuera subida a la marquesina de los portales de la oposición.
Distintos modelos
Hay una derecha muy nerviosa; en todo caso,
del mismo modo en que el elenco gobernante no debe dormirse en esos laureles
que parecía improbable conquistar. Hay el dicho adjudicado a Napoleón que en
estos días fue refrescado por un colega de la “corpo”, algo escondido entre la
parva de páginas publicitarias en el país del todo se pudre: “Si ves a tu
enemigo cometiendo un error, no lo distraigas”. El colega, sabiamente, se lo
enrostró a la propia oposición, debido a lo que sería la táctica cristinista de
dejarlos hacer sus papelones o su inmovilismo. Pero bien vale para
adjudicárselo igualmente al Gobierno. Es decir: ojo con suponer que alcanza con
reposar en que la oposición no existe.
Los gurúes de Macri, el uso abusivo
de la cadena nacional, la transformación en tragedia colectiva de los problemas
para conseguir dólares si se viaja al exterior, las tapas dedicadas a la
comedia dramática de Santa Cruz y hasta el 0800 facho o las actividades de La Cámpora en las escuelas no
dan, ni por asomo, la altura para ser considerados batallas profundas. Lo
profundo es lo que representan, no lo que son por sí mismas. No vale tomarse de
esos episodios aisladamente. Eso es trampa. Lo que vale es el fondo, vaya
obviedad. Ni que Cristina abuse de la cadena nacional a cada rato encarna que
es una déspota, ni que Macri se valga de hábiles fumados del Himalaya
personifica que es simplemente un tarado. Y si hay inconvenientes para viajar
no implica que no se puede salir del país, ni convertir a quienes lo hacen en
rehenes de la AFIP.
Decíamos, entonces, que basta de
engancharse con provocaciones frívolas. Hay un modelo y hay otro, y chau. Uno
se para de este lado o de aquél, pero no hagamos trampa dándoles valor a
pelotudeces.
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